La identificación de los pobres ha sido históricamente una tarea compleja, no sólo como consecuencia de los rasgos polifacéticos del fenómeno sino también
debido a las serias dificultades para contar con información adecuada y a la existencia de distintos enfoques para su
delimitación.
A lo largo del tiempo, la metodología para medir la pobreza en los países de la región ha distinguido dos enfoques
principales que han orientado los diferentes análisis
empíricos sobre el tema: el de las
Necesidades Básicas Insatisfechas y el de la
Línea de Pobreza. Por añaduría y reconociendo las
diferencias en las distintas facetas de la pobreza que ambos métodos explicitan, algunos autores han combinado estos dos métodos dando lugar al Método Integrado. En los últimos años, el PNUD y autores como
Amartya Sen profundizaron en un enfoque multidimensional de medición sobre la base de privaciones, no solo en materia
monetaria sino también en aspectos como la salud y
la educación. El Índice de Pobreza Humana proviene de esta visión.
En forma esquemática y teniendo en cuenta cuál es la unidad de observación,
pueden distinguirse métodos de medición a nivel de cada hogar o a nivel agregado. En el primer
caso, se incluirían los tres métodos señalados anteriormente (N.B.I.,
L.P., y M.I.P.) midiendo la situación de bienestar de la población que pertenece a cada hogar en particular, sobre la base
de que éste es la unidad en que las
personas forman sus presupuestos y toman sus decisiones de gasto e inversión.
En el segundo caso, se ubicaría
el Índice de Pobreza Humana que
elabora el P.N.U.D., que intenta establecer un ordenamiento de las unidades de
análisis (países, regiones, provincias) evaluando los niveles de pobreza
en términos de valor promedio de
determinados indicadores.
En nuestro país, los primeros trabajos
relacionados a la medición de la pobreza encuentran
antecedentes en las investigaciones elaboradas por la C.E.P.A.L. hacia fines de
la década del ’70. En 1984, Altimir realiza una investigación sobre el fenómeno de la pobreza en el Gran
Buenos Aires y su evolución entre 1974 y 1981.
Por su parte, el I.N.D.E.C. efectuó en el mismo año una estimación de la incidencia de la pobreza y su distribución geográfica, en tanto que en 1983
desarrolló una investigación específica incluyendo a cinco
centros urbanos de nuestro país.
En 1990, la C.E.P.A.L. y el P.N.U.D. también estimaron la pobreza en Argentina, en el marco de un
programa destinado a diez países latinoamericanos.
Si bien cada diez años se publican, sobre la base
de información censal, datos de pobreza
derivados del método de las Necesidades Básicas Insatisfechas, hasta mediados del año pasado la información disponible con cierto grado
de periodicidad era la publicada por el
I.N.D.E.C. a través del método de la Línea de Pobreza. Este método, denominado también del ingreso o
unidimensional, considera que un hogar es pobre -y por consiguiente quienes lo
habitan- cuando sus ingresos no alcanzan a cubrir el costo de una canasta de
bienes y servicios que cubre el umbral mínimo de necesidades.
La información brindada por el organismo
oficial daba cuenta del costo de la canasta básica
alimentaria -equivalente a la Linea de Indigencia-, de la canasta básica total
-equivalente a la Línea de Pobreza- y de los
hogares y población en situación de indigencia y pobreza.
Sin embargo, a partir de la alteración del cálculo del Índice de Precios al Consumidor, los resultados dejaron de
reflejar la realidad. No obstante, los
datos de pobreza -y por ende la canasta alimentaria y los ingresos- ya adolecían
de severas falencias metodológicas aún antes de la manipulación: referían sólo al Gran Buenos Aires, no incluyendo otros centros
urbanos del interior ni tampoco zonas rurales, el alto grado de síntesis con que se presentaban estos datos sólo
permitían efectuar un conteo de los hogares pobres
impidiendo efectuar un análisis de la severidad de la
pobreza -cuán pobre son los pobres- y se
desconocían las principales características socioeconómicas de estos hogares.
Se debería entonces aprovechar esta
oportunidad, para implementar una metodología
transparente que cuente con consenso académico y social y que brinde
datos confiables y oportunos para la toma de decisiones en materia de políticas públicas.
Si bien el enfoque unidimensional basado en líneas de pobreza es el más
difundido -los objetivos del milenio están definidos en función de este método- sería conveniente avanzar en un enfoque multidimensional de
medición lo que requeriría de un proceso de debate altamente participativo.
Sin embargo y hasta que esto ocurra, resulta necesario
contar con diferentes líneas oficiales
de pobreza, representativas del consumo y los precios reales de una geografía
tan extensa y heterogénea como la nuestra. Cuántas personas viven en situación de pobreza e indigencia en los diferentes aglomerados
urbanos del país, donde y cómo viven, cual es el esfuerzo que deben realizar para salir
de esta condición, son interrogantes mínimos que los indicadores deberían responder.
Por supuesto que nada de esto podrá ocurrir, si no
iniciamos con urgencia un proceso de
recuperación efectiva de las
capacidades y la autonomía del INDEC.
(*) Walter Agosto
No hay comentarios:
Publicar un comentario